viernes, 6 de septiembre de 2013

Necróparis

 Necróparis. me quedo con la boca abierta cada vez que recuerdo esta novela.
La compré en un saldo de 3x2, y fue justamente el último que elegí, pues no las tenía todas conmigo pero, con el precio que tenía ¡qué más daba!
Tras su lectura, he de decir que he flipado hasta la médula. Necróparis es el libro que más he disfrutado y me ha enganchado en lo que va de año. El libro que mas me ha ilusionado y con el que más he sentido esa antigua hambre lectora que me devoraba en los años mozos, aquellos en los que cada nueva obra en España era algo recién salido del horno de las maravillas y todo, todo te sorprendía (incluso las crónicas de la Dragonlance).
Una vez leído, he de echarme (a mi y a a todos los que han actuado como yo) una seria reprimenda, pues he esperado a leer esta novela cuando estaba de saldo, y estas actitudes (y otras, espero) con las que hicieron caer a la pequeña, pero gran, empresa editora de este libro NGCFicción. Vale, también es cierto que ante la inmensa cantidad de libros que se editan al año y los sueldos de los españolitos (al menos el mío) hay que seleccionar muy bien pero... aun así.

Una pareja decide abandonar el estrés y la rutina por un fin de semana. Para ello, dejan a los niños con la abuela y se disponen a pasar un romántico fin de semana en parís.
París, la ciudad de las luces será tal y como esperan durante el día pero, por la noche, se tornará en algo siniestro, laberíntico, tortuoso y malsano que amenaza con volverlos locos.

Hacía tiempo que no me encontraba con una novela tan divertida, que me mantuviera pegado al sillón sin querer parar de leer.
Mediante pinceladas cortas pero contundentes en continua sucesión, Fernando Cámara nos sumerge de lleno en un tour de force esquilo-paranoide. Sin guiones de acotación y con un estilo de rapidísimas frases cortas que más de uno podría pensar que se parece en cierto modo a McCarthy, si bien es cierto que Cámara narra los hechos rápido, como cuadrando el objetivo para que lo enfoque bien la cámara y creando un efecto de imágenes virales que se encadena produciendo un efecto desasosegante, mientras que McCarthy construye un universo de frases lapidarias que te patean los higadillos sin parar.
De hecho este estilo hace que nos encontremos inmersos en la lectura de una road movie en la que no hay tregua para los personajes, que caminan entre la cordura y la demencia, como entre las bandas de un paso de cebra y, he aquí, uno de los puntos fuertes de la novela, pues los protagonistas resultan tan creíbles a través de este estilo rápido, vivo y directo en el que se alternan los mismos, con los reproches, las caricias, con las contestaciones malsonantes, los guiños cómplices con las sospechas, que nos resulta muy fácil empatizar con ello y, por ende, encontrarte sometido a casi la misma incertidumbre y ansiedad que ellos, preguntándote a ti mismo si lo que estás leyendo (o viviendo) es realidad o sueño, paranoia o certeza pero, seguro acercándote a un estado de angustia como no lo habías imaginado al empezar a leer.
Y del mismo modo nos encontramos ante un villano excepcional. Mandrake es el ente que puebla todas nuestras pesadillas. Aquel cuyo aspecto inspira desconfianza al tiempo que despide un halo claro de locura. Mandrake es un maniaco pervertido que por una extraña obsesión hace blanco de su demencia en los protagonistas, vertiendo en ellos su venganza hacia el mundo, su intenso egocentrismo y su más absoluto odio hacia esa pareja feliz que aglutina cordura, la tranquilidad y la simpleza de una existencia ciudadana y borreguil tradicional que él tanto parece detestar.

Por otro lado, nos encontramos con la Ciudad de la Luz, el personaje por excelencia que muestra que tras cada luz se esconde una sombra. Una ciudad que por el día es la que conocemos pero que por la noche se transforma en un complejo laberinto donde las calles cambian de ubicación; los mendigos se comen a los transeúntes; los taxistas atropellan a la gente sin ningún remordimiento; los maniquíes son autómatas dirigidos; y las novias envejecen a ojos vista. Una ciudad cuyo barrio festivo más emblemático, el Moulin Rouge, se convierte en un barrio de neón, colorido, festivo y psicodélico que infunde un ominoso aroma a decadencia, demencia y muerte.
Una ciudad que se va transformando por completo y cuya locura ocupa una mayor porción horaria cada día, de tal modo que la escena final transcurre de día en una zona aeroportuaria y cuyo demoledor desenlace nos presenta una Francia convulsa, psicótica y absolutamente surrealista cuyo motivo cuesta entender, pero tan agobiante y, al mismo tiempo, satisfactorio por entretenido, que no importa lo más mínimo el no encontrar el auténtico sentido a todo lo que ha sucedido.

Una obra corta brillante, cargada de poderosas imágenes que perviven mucho tiempo en la memoria y que, a pesar del paso del tiempo, mantienen la suficiente fuerza como para crear una sensación de terror claustrofóbico.
Una novela poderosa, muy original, entretenida y muy, muy visceral que nos muestra la gran capacidad de su autor para evocar vívidas situaciones por surrealistas que puedan parecer.

Un autor a seguir. Una novela que no puedes dejar de leer.

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