miércoles, 18 de mayo de 2011

Kinshu. Tapiz de otoño

Entre la marabunta de autores americanos y europeos que abarrotan las estanterías de las librerías van, poco a poco, apareciendo cada vez más escritores japoneses.
La cultura japonesa, en general, me resulta muy interesante por lo que siempre que puedo, intento acercarme a ella y, últimamente, gracias a la introducción de sus autores en nuestro mundo literario, empiezo a leerlos.
De momento habré leído tan sólo a 6 ó 7 autores japoneses, pero en todos ellos he conseguido encontrar algún elemento común en su estilo narrativo, tal vez sea debido a su estilo de vida, historia y tradiciones. Por ejemplo, el libro que reseño a continuación, Kinshu. Tapiz de otoño, de Teru Miyamoto me ha recordado profundamente en la profundidad de su estilo al Tokio Blues de Haruki Murakami.

En una visita al monte Zao, Aki se encuentra por azar con su ex-marido Yasuaki, de quien se separó diez años atrás debido a una situación un tanto escabrosa.
Este encuentro despertará los recuerdos adormecidos en ambos, y dará pie a una relación epistolar para esclarecer lo sucedido, dando rienda suelta a sus miedos, rencores y arrepentimientos.

La novela me ha parecido muy correcta en su ejecución. Teru Miyamoto utiliza un lenguaje muy agradable, con una técnica narrativa nada recargada pero bastante formal y elegante, y con la que consigue momentos de una gran belleza.
La pluma de Miyamoto alcanza a mostrarnos una novela de gran emotividad y tristeza, intimista al extremo pero con un esperanzador final. Sin abusar de grandes florituras consigue crear un fino velo de tristeza que nos rodea durante toda la obra y, con un sutil final de cada carta, sin contarlo todo, nos hace querer saber más.

La historia está muy bien hilada, de tal forma que la visita al Monte Zao desencadenará una serie de cartas que sirvan para aclarar la relación pasada no solo a los componentes de la misma sino al propio lector que, desde el principio, se hallará intrigado por lo sucedido hace 10 años.
Así, penetraremos en la piel de Aki, poniéndonos en su lugar y sintiendo la frustración de una mujer enamorada a quien su marido engaña ignominiosamente en menos de un año de matrimonio y, del mismo modo, entraremos sin reservas en la mente de aquel que se siente culpable por lo sucedido y pretende hacer entender a Aki, pero sobre
todo al lector, cómo el ser humano es un ser complejo, cuya vida se modela con el tiempo pero que conserva unas experiencias que lo han marcado y lo diferencian de cualquier otro. De tal modo, que el autor coquetea con la idea de causalidad, de que nuestros actos no nos competen únicamente a nosotros, sino que de la forma en la que los ejecutemos dependen los acontecimientos futuros de muchos de los que nos rodean, haciéndonos, por tanto, partícipes del destino de seres en lo que quizá no creíamos influir.

Es ésta una novela de emociones. De emociones contenidas a través de la férrea disciplina y educación oriental. Una educación que promueve la humildad, el honor, el intimismo emocional, el respeto por los mayores y las tradiciones milenarias. De tal modo que, Miyamoto, nos mostrará estos valores y costumbres del Japón, pero luchará veladamente contra ellos intentando oponerse a unas condiciones establecidas para toda la sociedad, y nos mostrará escenas abiertas de arrepentimiento y dolor, una racional apertura a los sentimientos y manifestará su condena hacia esta severa disciplina denunciando incluso actos considerados honorables en Japón, con frases como: "quitarse la vida es lo peor que puede hacer un ser humano".
Es por tanto, como he dicho, una novela de emociones, de culpa y arrepentimiento, pero también de redención y esperanza y, así, a través de la carga de culpabilidad y resignación que arrastra Yasuaki, recorreremos los entresijos de su psique llegando a entender su pasado y el influjo de esta tradición; y con la muestra de dolor, de arrepentimiento por un pasado que pudo ser de otra forma, con las descargas de rabia de la persona ofendida, de Aki, intentaremos también entenderla en lugar de sentir lástima por ella. Sus cartas, sus penas, sus esperanzas nos envolverán con un tul de algodón, como si de un bello tapiz se tratará. Un tapiz de flores de otoño.
Otro punto que me ha gustado mucho ha sido el final, así como la correspondencia empieza, acaba. De forma directa, pero con las cosas resueltas. Una vez entendido lo sucedido se abre un nuevo período de vida para los dos. Cada uno habrá ayudado al otro al contar partes de sus vidas, pues ambos han tenido o tienen sus problemas, pero ahora las cosas están más claras y cada uno sabe cual es su sitio y que debe esperar. La esperanza de un futuro mejor para ambos flota en el ambiente.

En definitiva, una novela realmente bella y emotiva, de marcado carácter intimista, como ya he dicho. Muy recomendable para aquellos que gusten de la belleza sentimental sin caer en burdos sentimentalismos romanticones.

2 comentarios:

  1. Andaba buscando leer una crítica coherente sobre este libro. Es decir, una crítica que hablara del libro y no del maravilloso crítico que uno/a es...;)
    Gracias.

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  2. Hola Alena
    Espero que mi comentario te haya servido de utilidad.
    Gracias por la visita.

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