sábado, 24 de marzo de 2012

La afirmación


Siempre que me siento ante un libro de Christopher Priest lo hago con la convicción de que debo tener todos los sentidos a disposición de lo que leo pues, Priest siempre retuerce sus historias para confundir al lector y ofrecerle una experiencia única e irrepetible. Siempre intento ser uno con el libro. Siempre me pierdo.
Parece que la historia es sencilla esta vez, que te puedes relajar un poco, y cuando te das cuenta ¡zas! pero de que estábamos hablando... páginas para atrás a ver si me entero de lo que me he perdido. Como en otras ocasiones, el libro me ha encantado pero dudo que haya sido capaz de aprehender todo lo que quería decir, siquiera una mínima parte.

El joven Peter Sinclair se retira a una pequeña casa solariega que le prestan unos amigos. Acaba de perderlo todo: su padre, su novia, su trabajo... y dado el estado de depresión y estrés en que se encuentra, necesita de un remanso de paz que le permita ordenar sus pensamientos. La idea es la de relajarse mientras limpia y adecenta la casa de campo, pues lleva algún tiempo sin uso pero, poco a poco, el joven irá abandonando este encargo y entregándose a la idea de escribir la historia de su vida. El problema es que tal vez su vida no sea tal y como él la recuerda.

El señor Priest nos mete de lleno en un viaje hacia la locura, que no es sólo la de nuestro protagonista sino, a la vez, la de todos nosotros pues, quien más y quien menos, tiene entre sus recuerdos, notas y matices que pasado el tiempo no somos capaces de distinguir si pertenecen al terreno de lo real o a un universo ficticio.

El estilo narrativo de Priest es, simplemente, perfecto. Con un marcado acento de corrección y pulcritud, nos sumerge en una prosa culta y rica en matices pero nada densa. Correcta hasta el punto de leer de carrerilla, constituyendo éste uno de los puntos centrales de sus lecturas pues, todo discurre tan fluido que, cuando te quieres dar cuenta, has avanzado tanto que te encuentras ensimismado con el ansía de continuar y, al tiempo, medio perdido entre sus páginas.

La novela está concebida entremezclando capítulos de la vida real con capítulos del diario escrito por Peter, hasta un punto en que la mente se ofusca y es difícil distinguir entre la realidad y la ficción. Llega un momento en que no existe una meridiana claridad entre que personajes pertenecen al mundo real y cuales al ficticio y nos hace plantearnos si la que tenemos entre manos es una novela de corte realista en la que vislumbramos los alardes mentales de un personaje esquizoide en Londres o, por el contrario, se trata de una historia fantástica en la que los personajes pueden convertirse en inmortales en virtud de haber resultado ganadores en la Lotería.
Así, nos encontramos leyendo dos novelas en una, con personajes, lugares y situaciones diferentes y sugerentes a su estilo pero que se entremezclan la una con la otra dando lugar a un híbrido que nos ayuda en la misión de confundirnos, por lo que debemos tener nuestra atención cargada con las mejores pilas posibles para evitarlo (si hacéis como yo y mezcláis la lectura con la bebida, la cosa se complica...).

Priest ahonda de lleno en el mundo de la mente y logra que la confusión del protagonista se convierta en la nuestra mediante giro tras giro, pero nos ofrece reflexiones y críticas interesantes al aspecto neurológico, por ejemplo al juzgar el sentimiento de los celos como la rabia que prende en el celoso al ser consciente de que nunca podrá igualar a aquel que es objeto de sus celos; sembrará la semilla metafísica al presentar la incertidumbre que produce la amnesia y la inconsciencia ¿realmente se existe durante la inconsciencia?; planteará la entidad ontológica de la memoria como ser único al manifestar que la memoria nos hace lo que somos y que seríamos diferentes al cambiarla; y se acercará de puntillas, pues hay que ser un especialista en la materia para hacerlo más, en las bases de la neurociencia actual al declamar que la memoria es imperfecta y que cambia con el tiempo.

La historia es sumamente interesante, instructiva y cautivadores pero, es cierto que, llegado el final es imposible no abrir la boca como un donut y los ojos como si se viese al mismo diablo y pensar "¿pero qué coño es esto?", pues el final es, como siempre en los escritos de Priest, un final a todas luces terrorífico para nuestra psique. El autor la pone a prueba para demostrar si se ha prestado la debida atención y si el lector merece al autor. En virtud de esta atención prestada se estará más o menos próximo a la verdadera intención del autor, aunque me cuesta creer que haya quien alcance el 100 % de comprensión ( yo al menos no, pero me quedo contento con mi porcentaje, jejeje).

En definitiva, Priest lo vuelve a hacer. Una novela formidable, tal vez su opera prima, aunque en dura pugna con El prestigio o El último día de la guerra. Lo repito de nuevo, SENSACIONAL. Es Christopher priest, ¿Qué más se puede decir?

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