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martes, 5 de abril de 2011

Los reyes heréticos

Tras el espectacular final de El viaje de Hawkwood, el lector ansía sumergirse de nuevo en Normannia; deseoso de explorar los misterios del nuevo continente y de meterse en la piel de alguno de los tres reyes que han acaparado todo el protagonismo de este tramo final. Atención, esta segunda parte no defraudará a nadie y, si cabe, aumentará aún más la tensión y el misterio, pues no sólo las tramas comenzadas en el primer título alcanzarán su clímax, sino que una nueva aparecerá en escena: un hilo que pondrá en peligro el tejido religioso de Normannia.

Murad y Hawkwood han llegado al nuevo continente. Una tierra exuberante y maravillosa, poblada por seres que no esperaban encontrar, y en la que el clima y el propio habitat harán enfermar a la tripulación. Una tierra donde, sobre todo, descubrirán que la m
agia es inherente a todo lo que contiene.
Por otro lado, Abeleyn regresa a Abrusio tras el cónclave de reyes pero descubrirá que la iglesia inceptina y los nobles, ávidos de poder, se han opuesto a él y lo han derrocado antes de tiempo, cerrándole la entrada a puerto. Con la ayuda de las milicias y el populacho, que aún le guardan fidelidad, intentará dar la vuelta a la tortilla.
Mientras, Corfe Cear-Inaf, el único superviviente de la destrucción de Aekir, ha sido ascendido como recompensa por su valerosa defensa del Dique de Ormann, por lo que ha de acudir a Torunn como escolta de Macrobius y recibir órdenes. El rey Mark le encomendará una misión destinada a fracasar, con el peor armamento y reclutas posibles.
Al mismo tiempo, en el seno de la iglesia, en la importante catedral de Charibon, un joven sacerdote llamado Albrec, y su amigo, el inceptino Avila, han descubierto un antiguo manuscrito que, de salir a la luz, podría conmocionar a la iglesia y dar un nuevo sentido a la fe.

Éstos componen los cuatro arcos argumentales principales de la novela, pero no queda ahí la cosa por que , como ya hizo en El viaje de Hawkwood, Kearney no se conforma con un número tan pequeño de escenarios y decide rizar el rizo añadiendo un nuevo número de subtramas que hagan que el lector deba estar siempre pendiente para no perder la comba del entramado global.
Tal vez sea un poco pronto para precisar esto pero, a mi juicio, la escritura de Kearney ha evolucionado hacia una mejora en el desarrollo narrativo de la historia, consiguiendo una novela mucho más fluida y sostenida. Al cambiar la estructura interna logra un mayor equilibrio entre las diversas tramas, alcanzando cotas de tensión bastante parejas entre ellas.
Así, la parte de Hebrion resulta muy interesante y emocionante, la toma del puerto de Abrusio por parte de Abeleyn, mientras tras los muros se cuecen las políticas a favor y en contra del mismo; por su parte, Corfe, ha de enfrentarse al sistema establecido y hacer frente a una misión
fracasada de antemano, pero echará mano de su carisma y pundonor y plantará cara a los acontecimientos adversos con situaciones que pueden resultar un tanto cómicas, pero que denotan un gran coraje por parte del personaje; el caso de Hawkwood sea quizás la parte de una mayor tensión pues la narración es muy descriptiva con respecto al estado de salud, físico y mental, de los componentes de la expedición al adentrarse en la jungla, llegando a producirse momentos de auténtico terror en la ciudad de los indígenas y cerrando la trama con un cliffhanger de manual que nos pone los dientes más largos que los de un cambiaformas; del mismo modo, la nueva trama de Albrec y Avila añade misterio y tensión, así como una vertiente teológico-metafísica muy interesante que nos encamina no sólo hacia la unicidad de dios, sino también del profeta; interesante será también observar las ambiciones del sultán de Ostrabar y como, mientras sus tropas permanecen en letargo hasta que pase el invierno, prepara una nueva campaña de terror para el continente.
En este segunda parte Paul Kearney ha conseguido fusionar el realismo y la fantasía, dando prevalencia al primero: por un lado, al difuminar la magia de al forma que los únicos componentes mágicos perceptibles son algún que otro familiar y alguna invocación, dando toda la predominancia fantástica al nuevo continente inexplorado, dónde la magia adquirirá una nueva dimensión y abre un futuro de incógnitas y misterios; y por el otro, al dotar a la novela de un mayor cariz político, tanto por la situación de los reyes heréticos, como por las ambiciones de la Iglesia en Hebrion y Almark, ante la inminente muerte de su rey, o incluso por la aparición, ya medianamente seria, de los fimbrios, que empiezan a mover su ficha en la partida.
En esta ocasión me ha sorprendido agradablemente, el concepto de género introducido por el autor, al dar protagonismo a cuatro mujeres que, cada una a su modo, poseen una importancia determinante y que abren nuevos arcos argumentales que prometen dar guerra en el futuro. Veremos así, la sumisión que esconde la rebeldía de Hería, la mujer de Corfe; la ambición de Jemilla, sin escrúpulos a la hora de engañar a Abeleyn para asegurar su futuro y el de su hijo nonato; el poder en la sombra de Odelia, Reina Madre de Torunna, que intenta demostrar a su hijo que no está acabada y aún tiene poder; o la seductora magia de Kersik, la indígena del nuevo continente que será capaz de hechizar a Bardolin.
También se observa una evolución en cuanto al desarrollo de los personajes, que adquieren mayor profundidad y dotes de realismo al encontrarse ante situaciones límite, lo que nos hace sentirlos más cercanos.

En mi humilde opinión, si en la primer aparte, el misterio aromatizaba la obra, en esta segunda, cobra una especial relevancia y perfuma por completo la novela, dejándonos momentos inquietantes y muchos interrogantes pendientes de resolver.

En definitiva, de nuevo una muy buena novela, a mi juicio, superior a El viaje de Hawkwood y que, a no ser que se tuerza, va camino de convertir a Las monarquías de dios en una de las sagas de fantasía más originales, brillantes, entretenidas y apasionantes de los últimos tiempos.

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