Edward y Florence son dos jóvenes que acaban de contraer matrimonio y deciden pasar la noche de bodas en un hotel de la costa inglesa. Se encuentran a mediados del siglo XX y aún no ha estallado la revolución de la libertad sexual por lo que la educación prejuiciosa que han recibido ha causado diferente mella en ellos. Edward está ansioso por consumar el matrimonio; Florence siente la más absoluta repugnancia por el contacto físico. Sin lugar a dudas se disponen a pasar una noche inolvidable.
Muy, muy bueno. Ian McEwan me ha sorprendido por la elegancia de su prosa. Un estilo cultivado y descriptivo que no peca de ampuloso y que acaricia el movimiento de los ojos según recorren cada renglón.
McEwan es capaz de contar una sola noche en 200 páginas sin que parezca un ejercicio de pura elongación. Por medio de recuerdos y de múltiples ejercicios introspectivos, nos hace partícipes del sentimiento que exudan los protagonistas sin que nos resulte lejano. Lejano en el tiempo es, desde luego (pero no tanto), pero sobre todo, alejado de la mentalidad contemporánea. Es difícil (no imposible) tener los ideales de pureza y virginidad de la protagonista y, sin embargo, a través de sus ojos somos capaces de aceptarlo y, por momentos, sentirnos identificados con ambos. McEwan consigue que resulte muy cercano. Consigue crear un sentimiento de comprensión, de ternura y de pena hacia una mentalidad que sabemos, desde la primera página, no conducirá a nada bueno. Es por esto también, en mi opinión, una novela compleja pues el autor debe conseguir crear suficiente expectativa en una historia con un final anunciado desde sus primeros renglones sin que el lector crea que no es más que un relato hiperhinchado, pues hay que reconocer que corre el riesgo de ser así considerado aunque, como he dicho, en mi opinión, consigue tal grado de sutileza al respecto que resulta imposible parar de leer para conocer el desenlace final.
Los dos personajes protagonistas están muy bien desarrollados gracias a los ejercicios introspectivos, en cuanto a sentimiento personal, y retrospectivos, por el retrato de su pasado. en este sentido resulta muy sencillo ser condescendiente con Edward y hacer que el grado de libertad sexual impermeabilice nuestro pensamiento y haga recaer toda la culpa en Florence pero, poco a poco, y sobre todo al final, las tornas se van volviendo y es relativamente asequible comprenderla y sentir lástima por ella y por el final de ambos.
En el fondo es una obra cargada de amor y pasión, de un amor casto, de una pasión interior incomprendida que no tiene cabida en esta civilización de roces, caricias, besos, apretones y mezclas fluídicas que vivimos pero que, por supuesto, debería ser respetada con más facilidad.
Ian McEwan crea una obra que divierte pero que, a la vez, hace pasar un mal rato. Una novela que induce a pensar acerca del concepto de sexualidad actual y las diferentes formas de vivir el amor.
Una novela en la que resulta sencillo encontrarte contigo mismo en este aspecto y en el que te puedes sorprender ante lo que despierta. En definitiva, una gran novela que, tal vez, no sea lo mejor de este escritor pero que me anima con fuerza a adentrarme en su corpus literario.
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