A principios de 2009 leí Lluvia negra de Masuji Ibuse. Por aquel entonces no había leído practicamente nada de literatura japonesa (tampoco es que ahora haya leído demasiado, pero sí algo más), y el tema de las bombas A narradas por supervivientes de las mismas me resultaba interesante, así que me hice con Lluvia negra pues era la única obra de la que tenía referencia en este tema y, la verdad, tampoco es que hubiese investigado mucho más. La novela me gustó, pero no tanto como esperaba. Sentía la necesidad de sobrecogerme, de hundirme en mis fueros y acurrucarme en la cama cual feto al abrigo de las entrañas maternas, pero la novela de Ibuse no me satisfizo lo suficiente. Me gustó el estilo y le cogí gusto, más bien interés, a la narrativa japonesa. Esta sensación ha llegado ahora, de la mano de Impedimenta. No es que me encuentre en una etapa de mi vida en la que me sienta desvalido y necesite recogimiento interior pero, Flores de verano ha logrado lo que no consiguió Lluvia negra; con apenas 120 páginas ha logrado llenar de terror mi conciencia y me ha sumido en un profundo letargo plagado de pequeños monstruos salidos de la más cruda perversión humana.
Nos encontramos aquí con una colección de tres relatos: el antes, el durante, y el después de la bomba de Hiroshima. En está edición no están publicado en el orden preferido por el autor pero funciona muy bien a efectos narrativos para intentar poner en orden cronológico las duras imágenes que recibimos.
El primer relato se nos cruza en la mirada con el título Preludio a la aniquilación, un título con el que Hara nos adelanta el desasosiego que vamos a experimentar y el caos que se viene encima. Hara nos presentará la vida familiar del Japón que se prepara para la guerra, a través de Jun'ichi, el hermano mayor del narrador; Seiji, el 2º hermano; y Shozo, el narrador; y sus correspondientes mujeres y sobrinos. Shozo, con claros tintes autobiográficos nos relatará la contenida, al tiempo que intranquila, vida de una familia medianamente adinerada, en la que observaremos la férrea jerarquía social japonesa a pequeña escala, y podremos ver la preocupación que generaba la guerra con los E. E. U. U.
Asistiremos a los preparativos preguerra de un pueblo entero, trabajando codo con codo en la construcción de diques, cortafuegos y defensas; veremos los campos improvisados de instrucción militar ciudadana; los intensos esfuerzos de las familias para minimizar los daños, así como el pesar y la preocupación que produce en las mismas, la decisión del gobierno de evacuar a miles de infantes, algo que fue una buena decisión para salvar sus vidas pero que, a la larga, generó miles de huérfanos.
En Flores de verano, el segundo de los cuentos, Hara nos sumergirá en el horror de la caída de la bomba, un poético título para ese 6 de agosto en el que un hongo enorme devastó la ciudad e Hiroshima. En el miedo, la incertidumbre, el llanto por los seres queridos a quien no se encuentra y que constituye un verdadero canto hacia la desesperación y la desorientación vital. De golpe y porrazo el mundo ha cambiado y nada es como era, todo se ha vuelto marchito y allá donde se mire sólo se observa desolación mientras se intenta encontrar la salida que permita una evacuación con final feliz de una ciudad humillada hasta la médula. Seremos partícipes de la más fiera desolación, del horror en estado puro y de una tristeza capaz de ofuscar la rabia.
Con De las ruinas, el autor nos sumergirá en los intentos del pueblo por salir adelante. El intento de supervivencia de un pueblo orgulloso que no puede olvidar lo sucedido y a pesar del fin de la guerra no habrá un día ni una persona que no tenga alguna terrible anécdota que contar. Un relato que nos hará recordar lo mejor y lo peor de la condición humana.
Tamiki Hara fue, pues, un hibakusha, un superviviente de la bomba y, por tanto, no podía sino dejar constancia por escrito de los horrores de aquellos días. Con un lenguaje alejado de florituras, duro, conciso y directo, que a veces resulta casi poético en su dureza pero cuyas palabras sientan como dardos en los ojos, es capaz de poner los pelos como escarpias y acercarnos un poco al horror que debieron sentir y, digo un poco porque la sangre se me ha ralentizado mientras leía este libro pero no he sido capaz de imaginarme tamaña cantidad e monstruosas sensaciones. Esto no quiere decir que el autor no haya sido capaz de conseguir su objetivo, al contrario, lo ha sobrepasado tanto, que ha hecho que me plantee el no ser capaz de imaginármelo a mayor escala, no sé si soy capaz de explicarme.
Una novela que me parece genial, porque ha sido capaz de abrirme a una miríada de sensaciones, ha conseguido que me ponga en el lugar de aquellos, algo que nunca me había planteado. La bomba de Hiroshima era algo que había pasado, que mató a mucha gene y por la que (entre otros miles de cosas, siempre he odiado a los americanos), pero poco más. Esto ha cambiado al leer esta novela y he padecido parte del dolor y la desolación que causó.
Me he sentido cómplice de la mentalidad japonesa, de sus comidas típicas, de su jerarquía familiar, de su orden como ciudadanos dentro de una patria organizada, de su lucha, de su deseo de paz, su orgullo, su bajada de cabeza y su intento de sobreponerse y salir adelante.
Flores de verano me ha hecho sufrir, pero aviva más aún mi interés por la literatura japonesa de hace varias décadas y me anima a seguir leyendo a Soseki, Oé y Nagai entre otros.
Una gran novela que, en mi caso, ha dejado una huella indeleble en el corazón y que con el tiempo volveré a leer en busca de ocultas escenas que me ampollen la piel, seguro que las hay.