Llevaba más de un año sin leer nada de Paul Auster y, tratándose de uno de mis autores favoritos, empezaba a parecerme pecado, así que me hice con uno de los poquitos que me quedaban por leer y me lancé de cabeza a por él. La experiencia no me defraudó en lo más mínimo. Tratándose de un libro con cierta solera dentro del catálogo del autor, en el que las ideas son apabullantes y mucho más frescas que en las de sus últimas novelas, me dispuse para darme un festín de sensaciones. El único problema es que los libros de Paul Auster los disfruto tanto, que se me acaban en seguida y después necesito un par de días para empaparme hasta el tuétano de las experiencias, las almas, los olores, alegrías y penas del mundo lleno de historias dentro de historias que construye.
Natan Glass es un sesentón, separado y prejubilado al que han diagnosticado un cáncer y que vuelve a su ciudad natal, Brooklyn, a pasar los últimos años que le quedan de vida, a pesar de saber que los últimos informes médicos indican que la mortal enfermedad está remitiendo.
Su intención es la de utilizar su querida ciudad como un lugar de tranquilo retiro donde escribir El libro del desvarío humano, una recopilación de las situaciones más disparatadas e inverosímiles que ha vivido.
Sin embargo, la vida da muchas vueltas y Nathan se encontrará con su sobrino, en plena crisis de identidad; con la inesperada llegada de la hija de su sobrina, una niña de siete años que se niega a hablar, lo que parece indicar que su madre se encuentra en serios problemas; y con varios personajes fascinantes, al tiempo que intenta reconciliarse con su propia hija.
Cuando leo a Auster siempre me pasa lo mismo: me veo inmerso en una carrera en la que mis ojos y mi mente compiten con las palabras. Las letras fluyen como un río formando rápidos con las palabras, que van desfilando ante mis ojos a toda velocidad y, me sorprendo a mí mismo al darme cuenta de que estoy leyendo muy veloz y no puedo parar. Auster se me antoja un juglar que juega con las palabras y consigue embaucarme con ellas y, sin darme cuenta, me encuentro sumido en un juego hipnótico del que no puedo escapar y que me fascina. Un bardo de prosa rápida y ligera, concisa y directa pero no carente de elegancia.
El arte narrativo de Auster consigue convertir situaciones reales, vivencias posibles en cuentos de hadas, pues logra entrelazarlas de tal modo que, acaban por convertirse en una especie de cebolla en la que cada capa se transmuta en una historia en cuyo interior subyace otra historia que se encuentra sumergida en otra historia que a su vez sujeta por los pantalones a otra y a otra más que, si bien, son posibles, todas juntas resultan difíciles de creer, consiguiendo generar un elevado sentido de la maravilla, por muy realista que pueda ser la novela.
Por otro lado, los personajes de estas historias están muy bien perfilados. Nos muestran a personas vivas que, sin necesidad de grandes trucos ni artificios narrativos, se convierten en seres reales y cercanos, capaces de haberme sacado todo tipo de emociones:
alegría, sorpresa, ternura, desazón, profunda tristeza, rabia, odio, amor, etc. Pero sobre todo esperanza, pues es éste un libro con una elevada carga de esperanza, en la que Nathan Glass and Co. intentan enseñarnos que la vida es un camino que es inevitable recorrer, pero cuyo recorrido depende y es decisión de cada cual, aunque hay que intentar no perdernos por el camino, sacar todo el jugo a la vida, vivirla día a día sin olvidar a aquellos que queremos.
Unos personajes, por tanto, maravillosos; con un hombre maduro que intenta utilizar su experiencia en la vida para no cometer los mismos errores en el tiempo que le queda; un hombre que iba para catedrático y se ve inmerso en una crisis de identidad que le hará dejar los estudios para convertirse en un anónimo taxista; el dueño de una librería que no es todo lo que parece; una niña que sabe lo que quiere y utilizará sus armas de infante como si de un adulto se tratase para ser feliz; una mujer con un pasado lleno de frivolidades que pretende huir de su presente; etc.
Reconozco que, tal vez, sea demasiado subjetivo cuando de Paul Auster se trata (cómo de aquellos que sitúo en mi panteón personal), pero me gusta todo de su literatura, incluso los diálogos me parecen magníficos y me recuerdan a aquellos de Reservoir Dogs o Pulp fiction, cargados de trivialidades pero al mismo tiempo serios, con filosofía y vida interior. En este libro, en concreto, se puede observar a través de ellos, entre otras muchas cosas, el gusto por la vida, la pasión por vivirla o un inmenso amor por los libros.
Bueno, no me voy a enrollar más. Un libro realista cargado de magia, con relaciones, amores deseados, amor por la literatura, búsqueda de identidades, reconciliaciones, expiaciones personales, mentiras, sueños, estafas, traiciones, muerte y muchas cosas más.
Es el Auster de los mejores tiempos, el de La música del azar , Mr. Vértigo o El palacio de la luna, y no creo que, a estas alturas, sea necesario recomendarlo.
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