Cada día estoy más convencido de la pequeñez del mundo y de la no existencia de casualidades. ¿Por qué lo digo? Porque la presente reseña ha sido el resultado de un regalo "casual" y maravilloso. Me explico:
Hablando de libros con un compañero de trabajo (ambos ávidos lectores), algo que tengo pocas oportunidades de hacer, nos sorprendimos mutuamente: él, al enterarse de que yo regentaba un blog literario; yo, al enterarme de que tenía un amigo escritor, Rafael Estrada, autor, entre otros, de los piratas circulares.
Días después me hizo un gran regalo. Varios librillos dedicados para mi hijo, y la novelita que hoy reseño pero, esta, en calidad de préstamo. Valga esta reseña como agradecimiento ante tan bello detalle para con mi hijo, el cual al ver los cuentos dedicados, no cupo en sí de gozo y ya los hemos leído todos.
¡Gracias Rafael! Pero bueno, dejemos a un lado los prolegómenos y entremos a comentar Los piratas circulares, eso si, no creo que haga falta comentar que esta reseña está totalmente basada en las sensaciones que me ha transmitido la lectura del libro y (quiero creer) que no cambiaría en nada si el camino de acceso a ella hubiera sido cualquier otro.
En Portobel, un pueblo a orillas del Mediterráneo, se yergue Galeón, la única escuela de piratas del mundo. Garsen, el director, elige a los alumnos de acuerdo con una serie de parámetros exclusivos que tan sólo él conoce.
El protagonista, que pronto será conocido como Napias, es reclutado a la edad de 7 años. En el barco escuela conocerá a otros muchachos en su misma situación, como Carasucia, Esther, Paquimari, etc. Vivirá tiempo casi felices hasta que un día... el capitán Garsen desaparecerá misteriosamente y llegará al barco el pirata Lewis, su más feroz enemigo, con la intención de recuperar el tesoro que dice les robo Garsen.
Utilizando a los muchachos de la escuela como tripulación, se lanzarán a la búsqueda del tesoro.
A ver por donde empezamos, pues son muchas las cosas que me han gustado de esta novela.
En primer lugar, el público de destino: es una novelita dirigida a un público juvenil, lo que no es óbice para que no sea leída por un adulto, pues está bien escrita, es divertida, se lee de un tirón y puede retrotraerte a tiempos de la infancia. Quizás el público deba ser a partir de los 12 años pues si bien el lenguaje es muy correcto y viene acompañado de un estupendo glosario, tal vez sea un poquito lioso para un peque de menor edad que no entiende de tanto término marinero, ni se encuentra acostumbrado ni motivado a buscar palabras que no conoce según va leyendo.
En segundo lugar, la ambientación: cobra especial relevancia Galeón, la escuela, pues al contrario de lo que todo el mundo podría pensar, se encuentra ubicada en un bosque, en lugar de en zona marina. Por supuesto, el mar y determinada isla tropical no podían faltar. El pueblo natal de el napias es lo menos descrito, apenas unas líneas, lo que hace que rápidamente lo olvidemos, nos centremos en el escenario principal y seamos un estudiante jovenzuelo más.
Hablamos de una escuela sin parangón en el mundo entero y con todos los alicientes que podemos esperar para resultar aleccionadora, entretenida y muy vistosa: clases de esgrima, insultos, batallas de escupitajos, lanzamientos de bolas, peleas, intercambio de profesores, chivatazos, etc.
Esto nos lleva a otro punto importante, pues Rafael Estrada, por medio de los ojos de un niño de 13 años, nos hace viajar a través del crecimiento de estos jóvenes piratas con lo que, dentro de su particular situación, reconocemos el paso de la niñez a la adolescencia con todo lo que ello conlleva, y nos ofrecerá determinados toques pedagógicos al respecto del honor, la justicia, el respeto a los mayores y las interrelaciones entre adolescentes. Algo que, en mi opinión, consigue con nota.
Un aspecto que no podía obviar era el estilo de Estrada. Tras leer Los piratas circulares y un par de sus cuentos infantiles puedo reconocer ciertos toques inherentes a su pluma, como: la utilización de un lenguaje cuidado, apto para mentes más ligeras, pero nada vulgar para otras más adultas; el gusto por los nombres llamativos, graciosos, coloristas de fácil imaginación (carasucia, napias); la inclusión de un humor que gusta a los niños, dulce pero adaptado a la época y a la mentalidad sagaz pero inocente de estos jóvenes lectores.
La estructura del cuento no defrauda y resulta amena y adictiva, pues normalmente utiliza capítulos cortos con un tempo narrativo muy ágil que incita a querer leer el siguiente capítulo, de tal forma que este librillo de apenas 100 páginas se ventila en una sola tarde.
Se observa también una gran labor de documentación que ha realizado el autor, en la cantidad de términos marinos que ha utilizado, algo a lo que, además, ha tenido la paciencia necesaria para reunir en un glosario que nos ayude (a alguno) a salir de la supina ignorancia que padecemos en este terreno y, por otro lado, ayuda en en proceso de familiarización de los niños con los diccionarios.
En definitiva, una novela muy entretenida, con acción encadenada que engancha y con final sorpresa. Una novela que se lee de un tirón y animo a leer a todos aquellos que quieran sentirse libres y más jóvenes por un momento.
¿A quién no le hubiera gustado ser instruido en una escuela de piratas y surcar los mares con los compañeros? A mi, sí.
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